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Una iglesia más grande de lo pensado
9 octubre, 2016 - 11:00 a 13:00
Organizer
Predicación Central de Buenos Aires. Domingo 9 de octubre de 2016. 21º de Pentecostés.
Texto: Lucas 17.11-19
El campo misionero de la iglesia, siempre en todos los casos, es mucho más amplio de lo que la misma iglesia piensa sobre sí misma. Un colega pastor de la iglesia bautista en el Sur lo ejemplificaba diciendo lo siguiente (sobre su propia tarea pastoral): “Yo no estoy llamado a ser pastor de este rebaño de bautistas de Neuquén, yo soy pastor de la ciudad de Neuquén y sus problemas…”, ¿interesante forma de definir la tarea de la iglesia verdad?
Así Jesús, quien ya desde el capítulo 9.51 del evangelio de Lucas, empezaba su marcha inexorable a Jerusalén lo vemos aquí, detenido en un lugar aparentemente lejano a su proyecto trazado y propósito planificado. En todo caso, podríamos decir, esto también le compete como parte del propósito que Dios tiene para él hasta llegar a la cruz del Calvario.
Claro está que, la aparición de los diez leprosos uno podría decir que es una tarea inherente al ministerio “salvador” y “sanador” de Cristo y por qué habría de evitarlo si después de todo, los diez le salen al encuentro y hasta diríamos hoy día que, “otra no le quedaba”.
Sumado a esto, uno podría agregar otro dato que genera incomodidad y hasta “dispersión” en el curso trazado originalmente (en Lucas 9.51) para el Hijo de David, Rey de los judíos: uno de los enfermos era samaritano. Rivalidad geográfica y religiosa de la cual hemos hablado varias veces ya y en la cual, Lucas dentro de su evangelio, pone especial énfasis.
Queda claro a esta altura que Lucas mientras relató la escena también buscó un suspenso y “clímax” para el lector que recién en el versículo 16 aclara el dato sobre el origen de uno de ellos (NO judío, podríamos decir).
Por último, el acto de gratitud y alabanza al Señor que lo sana de su enfermedad se convierte en “Salvación de su vida”, dato que no se dice de los otros nueve que no volvieron.
Ya sea por el hecho de que los otros ya se sentían parte de esa salvación anunciada, ya sea porque el que vuelve no se sentía digno merecedor de semejante regalo el hecho es que, la gratitud a Dios como “glorificación” de Su nombre confirma la redención obrada.
La redacción del evangelio es clara en este sentido y no hay que confundirse: Que los otros nueve no hayan vuelto no quiere decir que no hayan sido salvos; en todo caso, el único que recibe esta confirmación y sobre abundancia de Gracia es el que vuelve (casi como un regalo extra) y al cual se le dice (en boca de Jesús): “Levántate, vete; tu fe te ha salvado”.
Así el orden que propone el evangelio de este domingo, así la historia en la cual quiere involucrarnos el Señor. Como estos domingos (hasta Adviento) siguen siendo tiempo de la Iglesia he preferido hacer la lectura de esta sanación desde ese lugar y no de otros, y espero sepan entenderlo.
Una de nuestras grandes tentaciones como cuerpo de Cristo es asumir que, como todo organismo vivo, lo ajeno y foráneo no hace más que contaminar la esencia del mismo. Por ende, tendemos a etiquetar “leprosos” por todas partes que, más allá de que de vez en cuando vengan a “nuestra casa” no dejan de tener el cencerro colgado en el cuello . En este sentido, la iglesia como todo grupo humano, tiende a marcar el adentro y el afuera del grupo, su pertenencia o no al mismo.
Estas tendencias exacerbadas son las que terminan dando como resultados iglesias con códigos de lenguaje impenetrables para quien vienen de afuera y cuyos miembros terminan la mayoría de sus reuniones preguntándose lo mismo: “¿por qué será que no crecemos?”.
Suponer que la fidelidad a determinados mandatos bíblicos (o mejor dicho, a la interpretación que hacemos de los mismos) nos garantiza el llegar a buen puerto como iglesia es un error frecuente. El camino de la fe, al igual que le pasa a Jesús mientras va a Jerusalén, está lleno de pasos intermedios donde no solo damos testimonio de lo que creemos, sino que ayudamos concretamente a problemáticas que se van presentando en este tiempo. La pregunta clave que nos ayudará para saber qué hacer y qué no como iglesia sin demorarnos en nuestro camino al Reino prometido es: ¿Cómo iglesia, es esto también nuestra responsabilidad? Descubriremos que en el 99% de los casos la respuesta es SI. Por ende, todo tiempo y lugar, parafraseando al apóstol Pablo, es bueno y deseable para actuar y para anunciar.
Esto, claro está se puede asumir con una premisa previa que les contaba al principio del colega pastor: Tenés que asumir que el mundo dicho en términos de Wesley, es tu parroquia y el ámbito donde estás llamado/a a actuar permanentemente. Caso contrario, el Reino y su accionar queda confinado a lo que queda iglesia particular entienda que es su mejor manera de llegar a la meta propuesta.
Entender la iglesia de este modo es aceptar también otra verdad del evangelio. Un mínimo porcentaje es el que “vuelve” a dar las gracias por lo hecho. No porque lo hagamos mal (a veces si, es cierto) o estemos destinados a “perder batallas” continuamente, sino por el hecho que, las señales del Reino se dan siempre en pequeñísimas proporciones (al menos para nuestros ojos humanos) comparadas con la enormidad de la realidad que nos rodea. Esto no quita mérito ni valor a los esfuerzos, los ubica y los dimensiona constantemente.
A veces nos focalizamos tanto en decir: “¡qué desagradecidos!, tanto que los ayudamos y ni siquiera vienen al culto”, que ni siquiera notamos la presencia del que vino a un acto sincero de agradecimiento y glorificación de Dios…
Los cristianos seguimos levantando en alto el valor máximo de este seguimiento a través del tiempo: LA FE; es ésta, y no nuestra permanencia en la iglesia la que otorga salvación. Obviamente que una fe genuinamente vivida da como resultado una militancia generosamente ofrecida a Cristo y los demás.
Que no seamos nosotros en este tiempo los que terminemos haciendo como los que no volvieron, que pudiendo tener la sobre abundancia de la Gracia y saber confirmada su salvación por Cristo, siguieron de largo y se conformaron con cumplir lo que el ritual indicaba. Que sea el Señor mismo el que confirme en tu vida que tu FE, te ha salvado. Amén.
P. Leonardo D. Félix
Buenos Aires, Octubre de 2016
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