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Un arriba y abajo, un adentro y afuera por descubrir. Un amor generoso para ofrecer.
4 noviembre, 2018 - 11:00 a 13:00
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Hay tantos modos de iniciar un diálogo en la vida con otro, como tantas personas existen en este mundo, desde la autoridad, desde la autoridad con amor, desde el conflicto, desde la perversión…en fin, podríamos nombrar hasta el infinito estas situaciones. Lo cierto es que, como comunicador, no puedo dejar de ver esta asimetría de espacios que plantea este diálogo, entre un maestro por “arriba” del otro cuando se establece la pregunta.
Ahora bien, yendo al relato del evangelio, para entender el diálogo entre Jesús y el escriba hay que tener en claro ciertas cosas inherentes al ministerio público de Jesús y al pensamiento legalista tanto de fariseos como de escribas.
En el diálogo, el escriba comienza por pararse desde un lugar de autoridad por “encima” de la autoridad de este raro maestro Galileo. Hay una mezcla de prueba y verificación de doctrinas es esta pequeña conversación y que, como buen comunicador, me interesa ir descifrando.
Jesús es judío y como tal, responde desde la ley que aprendió. Responde como parte de ese pueblo que busca a Dios de corazón, pero también responde como maestro formado en las mismas tradiciones que su gente, y por sobre todas las cosas, responde como Hijo de Dios en contacto íntimo con Su Padre.
En estos tres planos se juntan y entremezclan, elementos que abarcan toda su vida. Desde estos lugares tan “mezclados” y complejos, muchas veces respondemos a lo que nos va pasando en la vida entendiendo que somos un “todo” actuando frente a la circunstancia que nos toca vivir. Y del mismo modo, nos pasa como iglesia todo el tiempo…
Como parte de un mismo pueblo de Dios, Jesús marca la centralidad de la fe en un único Dios, dirimiendo de este modo la vieja disputa en la historia entre los del Norte de Israel y los del Sur. Debía quedar claro en su mensaje que el Hacedor era y sigue siendo único en la perspectiva del plan de salvación escrituralmente transmitido y convalidado en tiempos lejanos de su propia historia. La exclusividad religiosa no tiene lugar en el actuar profético de Jesús en ningún momento. Dios es soberano de sus criaturas sin importar el lugar de su nacimiento y origen de pensamiento.
Aunque esto parezca obvio y evidente, nunca estaba de más remarcarlo antes como ahora. Existe un Dios creador en el cual creemos, que forma del mismo material tanto a hombres como a mujeres, en todos los lugares del mundo que veamos.
Como maestro de la ley que es, Jesús hace una clara distinción que el escriba termina reconociendo. No toda la ley tiene el mismo orden o importancia en el marco de su tiempo y ni tampoco en nuestra vida. Es la ley de Dios lo que Jesús rescata al decir: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. A veces me pregunto, ¿de qué otra manera se puede creer en un Dios todopoderoso y siempre presente si no es de este modo? ¿O es acaso posible creer en un dios por sobre todas las cosas, sin amarlo necesariamente?
Se ama en el que se cree, y se cree a los que amamos, no puede ser de otro modo y nuestra experiencia de vida cotidiana así lo demuestra. El creer como el amar, van siempre juntos de la mano.
Disociar experiencia de fe, de teología y de amor, es el resultado de una religiosidad vacía que se complace finalmente con la ritualidad vacía del haber cumplido cada semana con lo que la letra nos indica. Es sacar este rasgo generoso del amor de Dios de en medio nuestro.
Amar y creer son dos experiencias que nos permiten en todo momento, acercarnos a este postulado que en boca del escriba, tiene fuerza jurídica, y que en el caso de Jesús, es la fuerza de quién vive y transmite ese amor del cual predica.
Como Hijo de Dios, las palabras son claras y elocuentes: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La frase dicha por Jesús no es una comparación en sí, sino un nuevo estado desde donde pararnos a enfrentar lo que hay por delante, que generalmente es tu prójimo: esto es, poder asimilar, incluir y dejarte llevar por la realidad del otro es una clara forma, de salvar no solo tu propio pellejo y no hundirte en el intento, sino de poder apreciar mi vida, más allá de mi propio ombligo.
Poder entender este amor de Dios por nosotros, y nosotros por él, es vital para nuestra vida. Este amor se universaliza no desde el hecho aislado y cerrado de mi propia realidad y existencia sino desde el proyecto creador de Dios: “a su imagen y semejanza los creó” (Gen.1.27). Amar al prójimo como a uno mismo es entender la importancia del acto creador de Dios. Es entender que el otro es al igual que yo, criatura hecha por Dios, por ende, este amor no borra las diferencias que tenemos los unos con los otros sino que, las incluye y las hace parte de nuestra vida para amar a aquellos completamente “distintos” a nosotros.
El final de este charla me sigue pareciendo un buen ejemplo de cambio comunicacional. El que empieza desde un “arriba” el diálogo termina reconociendo esta autoridad proverbial del maestro.
De este mismo modo, cuando nos acercamos cada domingo a la mesa de Cristo a compartir el pan y el vino, nosotros llevamos a cabo este acto creador y divino de amar a Dios con todo nuestro ser (mente, fuera y corazón) y amar a nuestro prójimo como parte insustituible de esta comunión ofrecida.
Que el Señor nos fortalezca en el día a día para expresar en forma concreta este amor hacia él y nuestro prójimo. Amén.
Audio de la prédica
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Texto: Marcos 12.28-34
Predica: Pastor Leonardo Félix
Iglesia Metodista de Almagro (Buenos Aires).
Domingo 4 de noviembre de 2018. 24º de Pentecostés.
Orden de culto
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