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Sintiendo las señales
30 abril, 2017 - 11:00 a 13:00
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Les cuento una pequeña fábula a ver como la misma puede orientarnos un poco más en la comprensión de un texto tan conocido como el de los caminantes de Emaús.
Las ranas, animales ágiles si los hay, dependen de dos sentidos muy importantes para su vida, la vista aguda para calcular la distancia con su presa, y el oído que le permite captar el llamado de su posible pareja.
La rana de la fábula no solo era miope sino además, bastante sorda. En sus saltos habituales sin calcular demasiado, el salto se prolongó más de la cuenta y fue a parar al fondo de un pozo cenagoso más profundo de lo que sus patas daban para saltar. Rápidamente su croar pidiendo auxilio atrajo una multitud de ranas que descorazonadas veían que su compañera: “en tales condiciones, y con tanta profundidad, nunca iba a salir del pozo”.
La rana del pozo solo advertía una multitud de sus compañeras que agitaban patas allá arriba y gritaban en forma prolongada y confusa. Rápidamente advirtió, o quiso advertir, que la estaban alentando y con gran esfuerzo se las ingenió para escalar las paredes del profundo pozo en el cual había caído. Mientras más esfuerzo hacía y subía, más se prolongaban los chillidos y patas agitadas de sus compañeras que iban diciendo distintas sentencias (“no suba amiga, se va a romper el cuello”. “es preferible que espere allí de cuerpo entera antes que maltrecha”).
Recompensada por tamaño aliento, logra finalmente llegar a la cima, o sea, al nivel del suelo nuevamente. Notoriamente cansada pero feliz, la rana miope y sorda, agradeció una por una a sus compañeras lo que ella entendió fue el aliento para subir y salir de su situación. Desde ya que sus compañeras recibió el elogio del agradecimiento inmerecido y todo siguió su curso.
Un Cleofás caminando hacia Emaús junto con la que quizás fuese su mujer (María, según el evangelio de Juan 19). Un camino hecho de a dos pero desde la desesperanza y desde los sueños rotos e incumplidos.
Fíjense todas las cosas que dicen de aquel a quien esperaban y en quien habían puesto toda su fe (varón profeta, poderoso en obra y palabra – coherente – redentor de Israel). Todo esto, toda la escena se cifra en el andar íntimo de una pareja. Lugar donde para muchos de nosotros comienzan los sueños y proyectos, en el andar íntimo de la familia, de la pareja, con los hijos.
Quizás la pregunta más aguda de resolver sea justamente la que sucede en el texto. Cuando los castillos que construís se te derrumban con aquellos que más amás la vida se vuelve pesada y sin sentido.
Por esto mismo, Lucas, conocedor de la intimidad de las personas como buen médico que era, pinta este cuadro único del Jesús resucitado desde el lugar de la familia más íntima y básica como es la pareja.
Ser seguidores de Cristo, no les garantizó la pérdida de afectos y proyectos y esperanzas hacia delante. Quizás hasta te suene doloroso leer algo así, pero es cierto. Jesús nunca te garantiza un seguimiento al margen de las pruebas o los sufrimientos. Estos son parte inherente a nuestra vida.
La pregunta crucial del texto a nuestra vida como familia es justamente, desde qué lugares, qué gestos cotidianos, vamos a armar nuevamente nuestra esperanza. O de dónde tomaremos las fuerzas para salir del “pozo” donde a veces estamos parados.
Ojos vendados forman parte de esta historia. Ojos que no querían, no podían, o simplemente no se imaginaban que aquel que les hablaba era el mismo que había sido crucificado.
Pero si ven con detalle el texto, descubrirán que no solo los ojos están tapados al entendimiento. Ellos han oído relatos de mujeres que ya fueron al sepulcro y les han contado que no vieron nada. Jesús les repasa la Escritura desde Moisés en adelante y así y todo, todavía no oyen nada nuevo.
Finalmente, el pan partido, como gesto único que Dios comparte con la humanidad (este es mi cuerpo y mi sangre, al decir de Jesús en Juan), es lo que permite destapar oídos, descubrir la oscuridad de los ojos.
Es el ardor del corazón, lo que confirma y asevera el momento vivido (dato recurrente si lo habrá el del corazón). De hecho, el corazón es un elemento que permitirá a Dios evaluar nuestra vida y la vida de aquellos que nos rodean – con otras intenciones -, como en el caso de Jeremías siendo perseguido por los varones de Anatot.
Repito, no son los sentidos de la vista, del olfato o del oído, aquello que les aseguró el proyecto hacia delante. Fue la certeza del corazón (donde Dios habla directamente con el ser humano) ardiente aquello que bastó para saber que el que se quedó y comió con ellos era Jesús.
Al igual que la rana, en nuestra fe muchas veces tiene más valor lo que el Señor nos indica y marca al corazón que los muchos comentarios que hagan los entendidos que ya salieron del pozo.
Por este mismo dato, es importante que en tu casa, con aquellos que representan la intimidad del día a día tuyo, compartas la mesa la mayor cantidad de veces, y compartas la escritura cuantas veces sea necesario. Porque hay datos que solo se pueden empezar a ver y oír desde lo que el Señor le habla a tu corazón.
Que este tiempo de tu vida, sea un tiempo donde vos también puedas decir: “quedate con nosotros…”
Texto: Jeremías 11.18-20 y Lucas 24.13-35
Predica: Pastor Leonardo Félix
Iglesia Metodista Central de Buenos Aires.
Domingo 30 de abril de 2017. 3º domingo de pascua.
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