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Saber esperar, saber confiar

7 agosto, 2016 - 11:00 a 13:00

Almagro Av. Rivadavia 4050
Capital Federal, Argentina
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Domingo 7 de agosto de 2016. 12º de Pentecostés.
Texto: Lucas 12.32-40

 

 

Ayer, día del amigo, y así, si recorremos el calendario comercial, encontraremos motivos de todo tipo para gastar e invertir en regalos. Por ejemplo el día del niño que viene en agosto. Y uds dirán: “Es solo un fecha comercial más, como el día del amigo”, lo cierto es que, ¿cuándo no hemos esperado algún regalo en particular?, ¿acaso no habían ocasiones especiales donde uno esperaba ansiosamente algo? – ¿me podrían mencionar algo en particular que se acuerden esperar con muchas ganas?.

Con qué certeza esperábamos el regalo, con qué convicción creíamos que ese regalo envuelto era lo que tanto habíamos esperado. A veces era así, muchas veces, era otra cosa a la imaginada. Eso tampoco lo olvidamos, ¿verdad?

Y la vida de la Iglesia Cristiana, a lo largo de los siglos, es similar a la espera ansiosa del regalo a lo largo de nuestra vida, claro, con expectativas que fueron y siguen cambiando de acuerdo a la edad que tengamos y el contexto que nos rodee.

La Iglesia ciertamente espera, y espera con certeza (la venida de su Señor); lo que nos pasa con frecuencia es que por momentos la espera se hace tan larga que muchas veces nos perdemos en el objetivo que teníamos por delante y nos olvidamos para que estamos: Estamos para esperar activamente a que nuestro Señor vuelva, ¿o acaso cuando decimos “Venga a nosotros tu Reino…” en el padrenuestro, no lo decimos con ganas y esperanza? La iglesia cuando pierde de vista este objetivo se termina transformando en un fin en sí mismo.

Cuando la convicción de la espera se convierte en hábito, la expectativa desaparece y aún las cosas más novedosas que podemos llegar a disfrutar en este tiempo de espera se vuelven pesadas.

K. Barth, teólogo suizo del siglo XX, dice en este sentido que la Iglesia Cristiana es depositaria de las “promesas” de Dios en la Escritura. Esta promesa particular de que el Señor volverá es lo que fundamenta la convicción primera y última del estar juntos cada domingo y en cada actividad que hacemos a diario. De aquí podemos decir, parafraseando al texto: bienaventurada la Iglesia que centra su espera en las promesas del Señor.

La comparación de los evangelios siempre es recurrente en el los mismos lugares, lugares que no nos permiten tener dudas de a quién se espera y qué se espera recibir.
Por esto mismo, los ejemplos que presenta Jesús, parecen ser siempre al revés de lo que la gente pone como expectativa en sus vidas. Por esto mismo, el evangelio se vuelve al mismo tiempo que una “gran oferta de vida”, algo difícil de aceptar.

Para los siervos de la época, esperar al Señor dueño de la casa era sinónimo de “ponerse a trabajar” apenas llegaba. Quizás no en la primera hora, quizás tampoco en la segunda hora de la noche, quizás hasta había que esperar hasta más tarde aún.
A diferencia de la expectativa de su tiempo, El Señor dueño de la casa, antes de ser servido, una vez que llega se pone a servir un banquete para todos los que tuvieron esa larga espera.

Pero hay una diferencia clara entre una expectativa y la otra. Una diferencia que la fe remarca una y otra vez: esperar en vos, en tus esfuerzos y en tus logros no te asegura absolutamente nada en la vida, ni siquiera tus mejores esfuerzos te aseguran que los mismos (por más lícitos que te parezcan), sean robados o echados a perder el día de mañana.
La expectativa y la convicción puesta en Cristo, no solo en la vida de la iglesia sino en tu propia vida en él, se vuelve “inviolable, inalterable” sencillamente, “inagotable”.
Es por esto mismo que, trabajar lo diario y cotidiano desde la fe, no es un trabajo en vano, sino algo que nos devuelve el reflejo de lo posible, de lo que vale la pena y perdura.

Nunca dejes de pensar en lo que esperabas cuando eras un/a niño/a. nunca dejes de pensar lo que esperas ahora que sos joven o adulto.
Porque vivimos en un mundo que vive a la expectativa de esperar siempre lo peor. Un mundo que se prepara para esperar al ladrón antes que a la promesa misma en Cristo. Un mundo que vive con miedo, esperando siempre lo peor.
Una humanidad que a medida que va envejeciendo espera la muerte, cuando en realidad desde la fe puesta en Jesús, a medida que envejecemos nos acercamos cada vez más al momento de promesa esperada.

“No temáis manada pequeña” nos dice Jesús. Porque nuestro Padre ha querido darnos el Reino. La fe te enseña a esperar activamente, te prepara para recibir siempre lo mejor, porque quien pone su confianza en Dios, nunca es defraudado y siempre es llamado, bienaventurado.
Hoy te invito a que puedas depositar tus esperas en manos de Jesús, que puedas una vez más, volver a confiar que lo mejor en tu vida, de Su mano, aún está por suceder. Te invito a que vengas, te arrodilles y juntos/as, oremos por tu vida.

Que así puedan ser nuestras vidas en manos del Señor, bienaventuradas porque siguen esperando las promesas de su Padre.

Amén.

P. Leonardo D. Félix
Buenos Aires, agosto de 2016

Detalles

Date:
7 agosto, 2016
Hora:
11:00 a 13:00
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