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Paradigmas que cambian, movimientos que transforman
10 junio, 2018 - 11:00 a 13:00
Organizer
Dice el famoso pensador del siglo XVI, Sir Francis Bacon: “Si pretendemos lograr resultados nunca antes alcanzados, debemos esperar usar métodos nunca antes intentados” [i] Lo cual nos remite a la idea que, todo cambio de paradigmas en la vida, en la familia, en la sociedad implica necesariamente un quiebre de algo, de pautas, de esquemas anteriores. Desde el mero hecho de conseguir un nuevo trabajo y cambiar hábitos de cuándo levantarse o en qué momentos comer en el día, hasta los más profundos (nacimientos, muertes, viajes, exilios y tanto más que podríamos imaginar en este momento)
En una vieja ironía inglesa del hombre que tala árboles, el mismo queda satirizado en una viñeta sentado en la única rama del ciprés que lo sostiene sentado, y mientras la va cortando con su serrucho, lleno de magulladuras, golpes y yesos en el cuerpo de caídas anteriores se dice a sí mismo: “¿por qué cambiar, si siempre lo hemos hecho de este modo?”
Curiosa forma de flagelarnos que tenemos en la vida; terrible manera de descubrir que, el no aceptar los cambios en la vida la mayor parte de las veces nos trae consecuencias de golpes irreversibles.
Este texto, habla de muchas cosas fuertes y profundas en nuestra fe y me gustaría fijar la vista en algunos elementos presentes. Levantar estos datos como preguntas a resolver, como misterios por develar mientras seguimos caminando en la vida nueva que Cristo quiere regalarnos.
La sangre de la familia, ayuda y lastre (3.20-21 y 3.34-35) la familia siempre funciona como marco de nuestra existencia. Los que nos dieron la vida, los que nos enseñaron las mejores virtudes y los mayores desatinos, los que están en función del vínculo compartido. Para bien o para mal decía un conocido, “la familia siempre está”. La misma afirmación si bien nos sostiene afectivamente, es una limitante de la oferta del evangelio en algún punto de nuestra propia existencia. Recordar que no todas las familias son funcionales en esta vida, o que no todas son tan “favorables” como otras nos tiene que poder ayudar a dimensionar que, el primer núcleo que el Evangelio alcanza en su cuestionamiento es justamente este vínculo íntimo en el cual crecemos. Suponer, por otro lado que, porque toda la familia ha ido por generaciones a una iglesia y que con esto basta para una visión amplia, favorable o “sanadora” a la vida que Dios nos regala, no siempre es una conclusión buena.
Tengamos presente que el encuentro con Jesús empieza en el cuestionamiento profundo de la intimidad que hemos vivido a diario (sin ser esto un dato valorativo – bueno o malo – simplemente descriptivo). La familia de Jesús, aún con sus mejores intenciones o propios intereses en juego, no logra sobreponerse a este cambio de su propio hijo, del hijo del carpintero y la humilde María que de golpe, comienza a ser un sanador, milagrero y poderoso orador.
Es fundamental que podamos ver el alcance de lo que Jesús cambia en nuestra vida a partir de este núcleo primario donde somos formados. Y me pregunto y les pregunto: ¿Hasta qué punto para ellos (tu familia), el cambio ha sido notorio, hasta qué punto cuestionado, de qué modo o modos, acompañado en nuestra vida y aceptado como tal?
Superando la fractura de nuestra vida y la iglesia (3.22-26). Ahora bien, el problema toma tal envergadura que ya no son autoridades de Galilea las presentes en este relato, sino autoridades de Jerusalén (autoridades nacionales). Para Marcos es importante transmitir este dato que no pasa desapercibido. Las acciones de Jesús ya son un problema de estado. Acá mismo Jesús anticipa, en Marcos, el uso de las parábolas a manera de lección que aprender y sostener. Y claro, un dato que debe ser tenido en cuenta en nuestra eclesiología o cualquier otra. Si las actividades realizadas en la iglesia (cualquiera sea ésta), no generan perdón, sanidad en las relaciones, esperanza y confianza en sus miembros, es válido sospechar que las tales no pueden sobrevivir y perdurar a lo largo del tiempo. Parafraseando a Jesús diríamos que, una iglesia divida contra sí misma en sus acciones y palabras, en sus gestos y discursos (tal como el hombre del árbol que hace lo de siempre por más que esto le cueste la vida), difícilmente pueda ser testimonio eficaz del Reino por venir y lo más probable es que muera en su espíritu y vida comunitaria.
Es indispensable preguntarnos desde nuestra oración comunitaria y personal, ¿qué relaciones se generan en la comunidad de la cual soy parte?, ¿de qué modo intervengo yo en las mismas? ¿Es una comunidad que cambia, madura y se adapta a lo nuevo que Cristo trae, o simplemente se anquilosa en el tiempo porque “así se ha hecho siempre”?
Hay acciones de las cuales no se vuelve (3.27-30) Y claro, el último tramo de este camino que hacemos en esta mañana tiene que ver con nuestras propias opciones en la vida, tanto personales como comunitarias. Podemos repetir con fuerza de apotegma que Dios odia al pecado pero ama al pecador; esto es cierto totalmente; podemos repetir hasta el hartazgo que Jesús te perdona una y otra vez pero, Marcos trasmite un dato fuerte del Hijo de Dios. “Blasfemar contra el espíritu santo, no tiene jamás perdón”.
Clara formulación para los que, habiendo recibido la Gracia de Dios de distintos modos, no logran ver en Jesús, la encarnación tan anhelada y esperada. Simple y sintética manera de expresar en nuestros días que, traicionar la salvación recibida, no ya con la familia de sangre, sino con esta nueva realidad de la familia en “el Reino” tiene costo alto. Un costo cuya condena la ejercemos nosotros mismos, alejándonos del cambio propuesto, tomando distancia de la bendición otorgada y haciendo prevalecer nuestros prejuicios, temores y taras personales y grupales, por sobre el Dios que nos sacó de la rama del árbol para poder ver el bosque en su totalidad.
Parafraseando a Wesley, bien cabe decir acá que es preferible en todo caso desaparecer del cuerpo de Cristo, si es que no estamos dispuestos a aceptar los nuevos días que se nos ofrecen, antes que convertirnos en una religión de huesos secos y sin vida ni sentido. Que Cristo renueve hoy a su iglesia con fuerza y convicción sabiendo que todo cambio, aún a pesar de nuestros temores, produce transformación y un nuevo caminar y es Jesús mismo quién nos llama al desafío. Amén.
[i] Sir Francis Bacon (1561-1626) filósofo, político, abogado y escritor inglés, padre el empirismo filosófico y científico.
Audio de la prédica
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Texto: Marcos 3:20-35
Predica: Pastor Leonardo Daniel Félix
Iglesia Metodista de Almagro (Buenos Aires).
Domingo 10 de junio de 2018
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