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Hacia la construcción de una comunidad sanadora

10 septiembre, 2017 - 11:00 a 13:00

Almagro Av. Rivadavia 4050
Capital Federal, Argentina
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En el capítulo 18, Mateo une distintas palabras de Jesús que sirven como reglas de vida para la comunidad cristiana. No son solo palabras sabias, son orientaciones que tienen hoy plena actualidad, que nos sirven de guía para hacer de la iglesia cristiana una comunidad sanadora, no solo en su funcionamiento general sino en la vida personal de todos los que la integran. Si la iglesia quiere ser una comunidad sanadora haría muy bien en estudiar juntos ese capítulo 18 de Mateo que en su conjunto es un pequeño tratado sobre la vida comunitaria de la iglesia.

Jesús concibe la iglesia como una comunidad, es decir como un conjunto de personas diferentes que se reúnen en el nombre de Jesús y siguiendo a Jesús, es esto lo que tienen en común. Se sienten atraídos por él y animados por su Espíritu. Jesús es la razón, la fuente, el aliento, la vida del encuentro. En la iglesia está presente Jesús, vivo, resucitado. Jesús comienza este discurso sobre la comunidad no describiendo ningún tipo de jerarquía interna dentro de la comunidad eclesial. Hay, en la mente de Jesús, una abolición de los criterios humanos de grandeza. Lo que hay es un lenguaje fuerte acerca del valor infinito de cada persona que está dentro del interés y el ansia de Dios. Lo cual debe llevar a hacer todo lo posible para que nadie se pierda.

Seguramente había algún tipo de estructura dentro de la comunidad, pero Mateo sabía que estos cargos podían ser malinterpretados, pues entre los cristianos podía estar presente la pregunta por quien es el más importante. En lugar de preocuparse por quien es más grande en la comunidad deberían preocuparse de los pequeños, de los que parecen insignificantes, de los desatendidos.

Y es ahí donde les cuenta la historia del pastor y la oveja perdida, de un pastor que no se considera rico por tener 99 ovejas, sino que se considera pobre porque le falta una, no se menciona el nombre de la oveja, lo importante es que le falta una. Tal es el valor asignado a cada miembro del rebaño. El pastor no se resigna a perderla, las 99 no la resarcen de la pérdida. Y por si alguno no entendió bien, agrega “el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños”. El valor de cada uno es infinito.

Por eso Jesús quiere comprometer a la comunidad a que no se sientan satisfechos solo por los que están en la comunidad, sino que vayan en busca de los que se han perdido o se han separado del camino al cual fueron invitados.

Con ese telón de fondo, Jesús asume que en una comunidad puede haber problemas personales. Es más, es casi natural que en una comunidad de humanos más tarde o más temprano aparezcan conflictos. Y este no es un tema menor, ¡cuántas personas se han apartado de la iglesia por ellos! Jesús recomienda hablar esos problemas. “Si tu hermano te hace algo malo, hablá con él…” No te quedes con el entripado, si es posible hablá con él. No se trata de tratarlo como un cualquiera. Aunque haya hecho algo malo es tu hermano, no difundas lo que hizo a los cuatro vientos, no, repréndelo estando con él a solas”. Cuidalo. Si es un asunto personal o no, que se trate personalmente, sin difamar al otro creando una mala imagen de él ante los demás. ¿Quién alguna vez no ha sido causa de dolor para otro por lo que ha dicho o por lo que ha hecho? Acá también tenemos que decir “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”. pero ¿cuál es, para Jesús, la meta de la conversación? ¿Descargarle toda la bronca…hacerlo sentir una porquería…menos que yo? Nada de eso. Si te oye, dice la versión Valera, habrás ganado un hermano. Si me escucha no solo las palabras, sino que hago que mis palabras le interesen, nos ponemos en camino para reparar la relación fraternal. Ahí hay lugar para la apertura y para el ejercicio de la fraternidad. Para Jesús, el premio mayor no es prevalecer sobre el otro, vencerlo o humillarlo, sino ganarlo como hermano o hermana. No es aplastarlo con nuestras razones sino vivir la alegría de ver que la fe tiene su recompensa, la fe en el otro, no solo en Dios.

El Cardenal Fulton Sheen decía “Cada vez que gané una discusión, perdí a una persona”. No tomemos como ejemplo los modelos de diálogos que se suelen manejar en la sociedad. Una vez, hablando en otra oportunidad sobre los modelos vinculares existentes en la sociedad, Jesús exclamó enfáticamente “no así entre ustedes”. Jesús concebía a la comunidad de sus seguidores con modelos diametralmente distintos a los que se dan en la sociedad. Se trata de que nadie se pierda como se perdió la oveja.

¿Por qué no elegimos el camino que recomienda Jesús? ¿Por qué elegimos dirigirnos a otras personas para acusar a quien nos dañó, hablar mal de ella o de él tratando de disminuir la estima con la que otros la consideran? Jesús dice, si es posible, hablemos con ese hermano que nos ha ofendido o que no está en el camino correcto.

Lo que muchas veces ocurre es un procedimiento de otro tipo: frente a la falta de un hermano se habla inmediatamente con todos los que se puedan, se hace publicidad de ello, a veces magnificando los hechos. El culpable es uno de los pocos que no sabe lo que se está diciendo de él.

Este proceso de corrección fraterna debe tener en cuenta que se corrige porque somos hermanos. Es un diálogo de pecador a pecador. Se corrige no lleno de bronca, se corrige porque se ama. La corrección nunca puede ser una venganza consciente o inconsciente y nunca debe enmascarar una posición de superioridad.

Aquí verdad y amor van juntos. A veces, la verdad con bronca, aleja a las ovejas del redil que es lo que el Señor quiere evitar. Como ha dicho alguien: es necesario tomar la verdad con el mango del amor. Algunas verdades echadas en cara de un modo brutal, como con un arma, son cualquier cosa, menos una verdad evangélica donde se integra el amor y el respeto por el otro.

Pero habrá que tener cuidado para abordar esta primera etapa. No hay que confundir el pecado del otro con lo que es distinto de mi manera de pensar. A no confundir lo malo con lo que no entra en mis gustos o en mis esquemas. A veces el exceso de sensibilidad nos lleva a encarar esta etapa por cosas banales y secundarias.

Mejor que denunciar, es anunciar para no ser predicadores implacables o moralistas insoportables. Se trata de no ofender en público al hermano, de cuidar siendo discreto con el hermano. La finalidad de esto que propone Jesús es de verdad positiva, se trata de restablecer relaciones verdaderamente fraternas, de unión, de entendimiento. De ese modo se gana al hermano para que no subsista la discordia entre las dos personas. Comentando esta situación, San Agustín decía que más que descargar nuestro rencor y nuestra incompresión “deberíamos reconocer nuestras debilidades, abrazarnos a él, y llorar juntos la miseria de los dos”.

Pero Jesús sabía que en términos de relaciones personales no siempre se consigue lo que uno quiere. El hermano puede no escuchar, no reconocer nada de lo que se le dice o no querer restablecer la relación. Jesús recomienda insistir, pero también de una manera discreta: “si no te quiere escuchar toma a dos o tres testigos para que conste toda palabra”. No es un proceso judicial, tampoco un interrogatorio, sino un intento de disipar los malos entendidos, de aclarar cosas, de restablecer la comunión quebrada, de mostrar juntos la preocupación por la hermana o el hermano.

En mi tarea pastoral he tenido más de una vez entrevistas de este tipo a pedido de algún hermano que reclamaba la presencia de un tercero. Y en la mayoría de los casos se dio la oportunidad de escucharse mutuamente, mirarse a los ojos y tener la oportunidad de orar y bendecirse el uno al otro. A veces, la sola presencia de un tercero ayuda a que esto suceda. Solo si el que cometió la falta se cierra a toda posibilidad de diálogo se considerará que él mismo se excluye. Puede ser que necesite ser reevangelizado.

Aquí se pone de manifiesto la concepción de comunidad que tiene el evangelista. Jesús mismo está presente en la comunidad. La comunidad cristiana es el lugar donde la presencia de Jesús se hace visible en este mundo. La iglesia, a pesar de sus limitaciones debería ser como una maqueta de la sociedad querida por Dios. Por eso tiene que preocuparse continuamente de hacer presente el Espíritu de Jesús en todas las relaciones. Porque como dice Jesús “donde 2 ó 3 se reúnan en mi nombre allí estaré yo en medio de ellos” ¿Estamos convencidos de ello? Por eso, Jesús decía “en esto conocerán que son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos por los otros”. La iglesia es el lugar para la ayuda mutua, el lugar para el perdón que el único poder capaz de sanar heridas cuando surgen los conflictos.

En todo este proceso, descubrimos la preocupación de Jesús por las relaciones fraternales en la comunidad. Muchas veces se producen tensiones en nuestras comunidades, hay personas a las que se ofende, a veces sin reparar en el daño que se hace, a veces después en un momento de cólera. Siempre hay necesidad de buscar remedio para situaciones diversas y Jesús nos invita a hacerlo con discreción, con paciencia, hasta la última posibilidad. Jesús insiste en la necesidad de reconciliación, que por supuesto incluye el perdón, pero sobre este tema hablará en los textos siguientes a la lectura para este domingo 12.

Una comunidad sanadora ayuda a superar las heridas personales e interpersonales de sus miembros porque está inspirada por la presencia de Jesús y por su Espíritu. Empezamos a descubrir que el amor es posible por el poder de Su Espíritu y su amor entre nosotros. Pidamos juntos por ese amor para que se perfeccione y se haga cada vez más eficaz de tal manera que nos transforme a todos en instrumentos de paz en este mundo nuestro tan herido por la violencia.

Una comunidad cristiana se va convirtiendo en sanadora porque Jesús vino a sanarnos. Sanarnos de nuestro egoísmo, sanarnos de nuestra agresividad, sanarnos de nuestra angustia. Finalmente Jesús rescata el valor de la oración comunitaria y la permanente presencia suya estando en comunidad: “Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”, es un amor fraterno basado en la fe que tenemos en Él.

No es solo simpatía, sino una actitud que se da en la certeza que el Señor infunde su amor en nuestros corazones. Allí (en la iglesia) es donde recordamos sus palabras y las actualizamos con gozo. Allí es donde se crea un espacio espiritual que se genera no simplemente de palabra sino por el Espíritu de Jesús que nos llama a vivir con su estilo.

Por eso Pablo destaca, en el texto que leímos en la carta a los Romanos, la importancia del amor diciendo que el amor al prójimo es el cumplimiento cabal de la Ley. Que todos los mandamientos relacionados con nuestro comportamiento con los otros se cumplen cuando les amamos de verdad. Pablo dice que la tarea del cristiano consiste en amar. Si ama no debe preocuparse de los mandamientos porque si ama los cumple sin pensar en ellos.

Una comunidad demuestra su fe cuando no se resigna a perder definitivamente a ningún hermano, sino que siempre se encuentra dispuesta a perdonarlo, a acogerlo y da todos los pasos posibles para que llegue el retorno esperado. Todos estamos a salvo cuando ninguno se queda afuera. Tengamos siempre la mesa dispuesta y la música de la fiesta preparada para quien vuelve, sin reproches ni acusaciones.


Audio de la prédica

Próximamente

Texto: Romanos 13: 8-10; Mateo 18: 15-20

Predica: Pastor Hugo Santos

Iglesia Metodista Central de Buenos Aires.

Domingo 10 de septiembre – 14º de pentecostés

Orden de culto

Momento con los niños

Próximamente

Detalles

Date:
10 septiembre, 2017
Hora:
11:00 a 13:00
Categoría del Evento:
Almagro Av. Rivadavia 4050
Capital Federal, Argentina
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Teléfono: (011) 4981-4290
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