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Ganar todo, ahorrar todo, gastarlo todo
31 julio, 2016 - 11:00 a 12:00
Domingo 31 de julio de 2016. 10º de Pentecostés.
Texto: Lucas 12.13-21
Es curioso ver, en muchos casos, como nuestros niños reproducen mayormente y con toda naturalidad, los procesos culturales del cual son parte sin demasiados tapujos, sin demasiadas represiones internas que luego al igual que nosotros, irán adquiriendo con los años para sociabilizarse en el medio donde vivan.
En este sentido, recuerdo hace más de 10 años atrás, cuando todavía estaba de moda en la televisión “El Gran hermano” (¿lo recuerdan verdad?), yo viajaba a R. Gallegos cada cuarenta días y en esa semana que estaba con la comunidad allá, teníamos mucho tiempo para compartir con todos los miembros de la comunidad.
Uno de esos viajes, podíamos ver como los chicos de la escuela dominical de allá, jugaban justamente a reproducir el programa tan popular. ¿En qué consistía el juego? En dejar afuera a los que ellos habían nominado para salir. ¿Quiénes salían del juego? Los que no contestaban acertadamente alguna pregunta compleja, los que no caían muy en gracia al resto, los más rezagados del grupo y así, podríamos seguir sumando este tipo de elementos.
Por un lado, interesante descubrir la copia tan fiel que ellos hacían de lo que veían, pero por el otro lado, los adultos nos sacábamos de la mente este tema idílico de que los niños por naturaleza son buenos cuando en realidad, el compartir, el no “pegarle” a su compañerito de juego y otros detalles, son elementos que hay que enseñar todo el tiempo desde muy temprana edad.
En esto, el evangelio es un educador permanente sobre nuestras pautas culturales que, de tan cotidianas quedan naturalizadas en medio nuestro como un “siempre fue de este modo”.
Esta parábola que Lucas rescata en su escrito queda con un final abierto para sus lectores: ¿De quién será toda la fortuna entonces? Hoy en día sabríamos contestar como en aquel entonces que la fortuna es para los herederos o para la lucha interna que sus herederos armen al respecto.
Hay un esquema completamente novedoso en el ministerio público de Jesús en el cual Lucas, hace hincapié con fuerza a lo largo de todo el evangelio, y este tiene que ver con el uso de los bienes y el dinero en sí. ¿Para qué están en medio nuestro, de qué sirven?
La riqueza del que acumula en este relato, está directamente emparentada con la dignidad de todo ser humano. Hay un nuevo modelo de economía del Reino y su mayordomía que se muestra con fuerza, como en blanco y negro, dejando al descubierto lo que una vida con Dios o sin Él, representa.
- La acumulación de bienes > la vida verdadera.
- Una larga vida con muchos bienes > la muerte repentina.
- Bienes que se acumulan para si > bienes que otros usarán.
- Atesorar para si > ser rico para con Dios.
No se trata de un rico ocasional en el relato, no se trata de la historia de José (ver Gen. 45) en Egipto donde se acumuló para la época mala en beneficio del pueblo. El texto deja ver una clara denuncia y condena a un sistema injusto que el pueblo de Israel vivía con frecuencia. Ricos propietarios de grandes extensiones de tierra que acumulaban, especulaban (vendiendo a precios más altos) y así, sacaban del mercado, bienes de uso que debían tener una circulación permanente.
La dignidad del ser humano comienza a correr peligro cuando naturalizamos este tipo de mecanismos y se los avala como una “necesidad” propia del ser humano impostergable e inmodificable por más que otros lo sufran y pagan las consecuencias.
¿Podrías llevarte algo luego de tu muerte? La respuesta es que no, evidentemente. Pero aún frente a la obviedad de la repuesta, acumulamos neciamente (nuestros granos, nuestros graneros, nuestro dinero, ¿nuestra alma?) como si fuesen cosas propias. Por ende, la acumulación es algo rechazado en la Biblia porque justamente niega al otro en sus necesidades, al que no tiene grandes extensiones de tierra o fortunas, su acceso a una vida digna y mejor dispuesta.
Wesley dirá: “Con respecto a las tres reglas que figuran bajo este título en el sermón acerca de “el mamón de la injusticia”1, seguramente encontrarán muchos que cumplen con la primera regla, a saber, “ganen todo lo que puedan”. Sólo encontrarán unos pocos que observan la segunda: “ahorren todo lo que puedan”. Pero díganme cuántos han conocido que observen la tercera: “Den todo lo que puedan”3…es clarísimo que todos aquellos que, cumpliendo con las dos primeras reglas, y no llegan a cumplir con la tercera, estarán mucho más cerca que antes de ser hijos del infierno.”3
Nuestra vida tiene sentido en el evangelio, cuando, entre otras cosas, podemos recordar estas tres reglas básicas de las cuales él hablaba hace tanto tiempo atrás. Y no se trata de demonizar el dinero (o si es bueno o malo). El tema tiene que ver con el uso que hagamos de él en medio nuestro. Por esto mismo, Wesley dice: “El amor al dinero, como sabemos, es la raíz de todos los males, pero no el dinero en sí mismo. La culpa no recae en el dinero, sino en quienes lo usan. Puede usarse mal, ¿y qué no? Pero de la misma manera, puede usarse bien. Es aplicable por igual tanto al mejor como al peor de los usos. El dinero presta un servicio incalculable a todas las naciones civilizadas en las transacciones comunes de la vida. Es un instrumento efectivo para compactar transacciones en cualquier negocio, y (si lo usamos de acuerdo a la sabiduría cristiana) hace toda clase de bien…en el presente estado de la humanidad, el dinero es un obsequio excelente de Dios para satisfacer los fines más nobles. En las manos de sus hijos, representa comida para el hambriento, agua para el sediento y vestidura para el desnudo…el dinero puede ser ojos al ciego o pies al cojo. Si, puede alzar de las puertas de la muerte. Por lo tanto, es de alta preocupación que todos los que temen a Dios sepan cómo usar este valioso talento”.4
Nuestra vida es un constante aprendizaje en la Buena Nueva que Jesús quiere darnos a diario. Nuestra vida es la posibilidad de revertir la acción de una sociedad que sigue reclamando un “Gran hermano” (como ellos solicitaban la acción paternal de Jesús en su disputa) que diga quién se queda afuera, quién entra.
La buena noticia en este día es que, la mesa del Señor sigue siendo amplia y por Gracia, todos seguimos siendo sus invitados, para disfrutar, compartir y amar a otros.
Amén.
P. Leonardo D. Félix
Buenos Aires, julio de 2016
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