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El cristiano en el mundo: paradojas, lugar y misión
13 mayo, 2018 - 11:00 a 13:00
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“A los que escogiste del mundo para dármelos, les he hecho saber quién eres. Eran tuyos, y tú me los diste, y han hecho caso de tu palabra. Ahora saben que todo lo que me diste viene de ti; pues les he dado el mensaje que me diste, y ellos lo han aceptado. Se han dado cuenta de que en verdad he venido de ti, y han creído que tú me enviaste.
Yo te ruego por ellos; no ruego por los que son del mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. Todo lo que es mío es tuyo, y lo que es tuyo es mío; y mi gloria se hace visible en ellos.
Yo no voy a seguir en el mundo, pero ellos sí van a seguir en el mundo, mientras que yo me voy para estar contigo. Padre santo, cuídalos con el poder de tu nombre, el nombre que me has dado, para que estén completamente unidos, como tú y yo. Cuando yo estaba con ellos en este mundo, los cuidaba y los protegía con el poder de tu nombre, el nombre que me has dado. Y ninguno de ellos se perdió, sino aquel que ya estaba perdido, para que se cumpliera lo que dice la Escritura.
Ahora voy a donde tú estás; pero digo estas cosas mientras estoy en el mundo, para que ellos se llenen de la misma perfecta alegría que yo tengo. Yo les he comunicado tu palabra, pero el mundo los odia porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del mal. Así como yo no soy del mundo, ellos tampoco son del mundo. Conságralos a ti mismo por medio de la verdad; tu palabra es la verdad. Como me enviaste a mí entre los que son del mundo, también yo los envío a ellos entre los que son del mundo. Y por causa de ellos me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados por medio de la verdad.” (Ev Juan 17:6-19)
El texto del evangelio se ubica en momentos en que Jesús se está despidiendo de sus discípulos, en la noche en que fue entregado, y es parte del último discurso de Jesús, que en el Evangelio de Juan abarca cuatro capítulos. Como ocurre siempre que queda muy poco tiempo, cuando hay una urgencia y los acontecimientos se precipitan, entonces es allí que se hace necesario sintetizar, ir al punto, dejar bien en claro aquello que se quiere enfatizar. Es así que en este párrafo aparece una palabra central, un concepto que se repite insistentemente en la comunicación de Jesús a su grupo de seguidores. Efectivamente, la palabra es “mundo”.
Cuando hablamos del mundo, aparecen ante nosotros los pensamientos más diversos: mundo como expresión de lo creado, el cosmos; mundo como sociedad y cultura; mundo como la gente, las personas que habitan la tierra. Mundo como lugar lleno de belleza, y mundo como espacio amenazado por la contaminación y la destrucción. Mundo como lugar que se quiere conocer y explorar, y mundo como ambiente del cual es mejor aislarse. Mundo como espacio habitable y accesible, y mundo como lugar de amenaza y riesgo.
Podríamos decir que la concepción que tenemos del mundo, lo que el mundo es, lo que significa, depende de cada persona y de sus buenas o mala percepciones. Pero tal vez lo que prime, en general, es la segunda idea, la negativa, que ve al mundo como algo oscuro, como un cambalache. Y si, es muy común pensar que el mundo fue y será una porquería, en el quinientos seis y en el dos mil también…
Y tal vez el tango no esté más que diciendo, utilizando palabras del lunfardo, que este mundo pleno de belleza que de la mano del creador salió, un día comenzó a oscurecerse, a deslucirse, a “perderse”, cuando el ser humano eligió erigirse en dueño de su vida, olvidando a su Creador. El pecado, el deseo que el ser humano se convierta en el dios de su propia vida trajo como consecuencia el alejamiento de Dios y la degradación del mundo. La creación, el cosmos maravilloso, sufre las consecuencias de esa separación, y no sólo a nivel de la naturaleza, sino fundamentalmente a nivel de las relaciones humanas.
Ahora bien, en el texto del evangelio al cual nos estamos refiriendo, quien está mencionando tantas veces al mundo es Jesús mismo. Y no sólo habla del mundo, sino que lo hace en relación al grupo de discípulos, aquellos seguidores, aprendices, que habían compartido con el maestro unos tres años de vida, caminatas, comidas, conversaciones, enseñanzas.
Por eso es que nos preguntamos, ¿con qué ojos ve Jesús al mundo?; ¿qué significa mundo para él?; ¿cuál es la relación que debe existir entre el mundo y sus discípulos?
El evangelio de Juan, ya desde sus primeros capítulos, se refiere a lo que Dios mismo piensa del mundo, y nos da una pista fundamental. Pero a su vez, esta pista es desconcertante porque da cuenta de una gran paradoja: este mundo, con todos los defectos que tiene, es un mundo amado por Dios. En su encuentro con Nicodemo, según lo relata el capítulo 3 de Juan, versículo 16, Jesús pronuncia las tan conocidas palabras:
»Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.
El mundo, la creación, las personas, el cosmos, es amado por Dios. El Creador no se desentiende de su criatura. El Padre amoroso no olvida de su hijo. La Madre que alimenta, educa y ayuda al crecimiento de su hija no deja de pensar y preocuparse por ella, aunque ésta le haya dado la espalda, no la recuerde y quiera vivir de manera totalmente independiente. Es que el mundo es amado por Dios; o podríamos decir, también, que solamente Dios ama al mundo, en especial a los seres humanos, y a cada uno en particular. Y esto lo hace Dios sin poner condicionamientos: no ama “si…”; no ama “cuando…”. Simplemente Dios ama. Y este amor es total e incondicional. Tal es así que la prueba del amor es la entrega de lo más valioso, lo más preciado. Amar es dar, y por amor es que Dios dio a su hijo.
Tal vez por esto nos parezca que es una gran paradoja: ¿cómo amar lo que “fue y será una porquería”?; ¿cómo amar y seguir amando cuando el amor no parece ser correspondido?; ¿cómo amar cuando se ha vivido el rechazo y el alejamiento?
Pero a pesar de lo que los seres humanos hagamos, Dios ama y sigue amando al mundo. Y esta es la clave para entender las palabras de Jesús en este discurso de despedida.
Y así nos enfrentamos con lo que también aparenta ser un contrasentido, que tiene que ver con el “ser” (la esencia) y el “estar” (el lugar). Los creyentes en Jesucristo “están” en el mundo, pero no “son” del mundo, de la misma forma que Jesús mismo lo decía:
“…ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.”
El estar se relaciona con un lugar, “estar en”, mientras que el “ser” se vincula con la esencia, con el compartir los valores y principios, con sentirse a gusto y disfrutar las prácticas, con tener las mismas prioridades y objetivos. El estar es algo pasajero, mientras que el ser es algo permanente.
Tiempo más tarde, el apóstol Pablo daba un par de ejemplos que ilustran muy bien estas palabras de Jesús. Pablo comparaba al creyente con un embajador o con un peregrino. El embajador está pero “no es”; su patria es otra, pero la está representando en el lugar en que se encuentra. El peregrino está de paso y transita por los caminos de un país, pero su interés, su objetivo final, es llegar a un destino final. Está de paso.
Esta idea de “no ser” ha llevado a muchas personas, a través de la historia del cristianismo, a tomar algunas decisiones drásticas, y en muchos casos, equivocadas. Al “no ser” se le ha agregado el “no querer estar”. La consecuencia de entender en forma parcial el mensaje del evangelio ha llevado al aislamiento, la reclusión, al escape de la realidad. Jesús es muy claro en su discurso; no son pero están, y deben seguir estando:
“No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del mal.”
Porque el lugar del creyente es el mundo, la vida cotidiana en sociedad, el intercambio con las personas del entorno. El creyente es sal y luz, elementos que sólo pueden ser efectivos cuando hay algo sin sabor que necesita recobrar su condición original, o algo que se está descomponiendo y la sal hace de conservante; o cuando hay una gran oscuridad y la luz permite caminar, aprender, orientar los pasos hacia adelante.
Tal vez la pregunta que nos hacemos es cómo estar en lugares complicados, en situaciones cotidianas difíciles, “estando pero no siendo”. Pero aquí llegan también las palabras de Jesús y su oración, intercediendo por nosotros, sus discípulos; le pide al Padre que nos proteja del mal.
Y esta protección es necesaria, muy necesaria. Porque el “estar” tiene un sentido, y este sentido es la misión que el mismo Jesucristo nos ha dado a los creyentes:
Como me enviaste a mí entre los que son del mundo, también yo los envío a ellos entre los que son del mundo.
Estas palabras las encontramos en otros pasajes de los evangelios. En Marcos 16:15 leemos:
Y (Jesús) les dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la buena noticia. El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación; pero el que no crea, será condenado. Y estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes; y si beben algo venenoso, no les hará daño; además pondrán las manos sobre los enfermos, y éstos sanarán.»
Efectivamente: el lugar del creyente es el mundo, un mundo amado por Dios. Y aunque el creyente no es de este mundo sino que sólo lo transita y no está identificado con él, tiene una misión que cumplir. La misión ineludible es proclamar la buena nueva de Jesucristo y anticipar el Reino de Dios que viene.
Lo decimos de muchas maneras, por ejemplo a través de la poesía de nuestras canciones:
Enviado soy de Dios, mi mano lista está a construir con él un mundo fraternal.
Los ángeles no son enviados a cambiar un mundo de dolor por un mundo de paz.
Me ha tocado a mí hacerlo realidad; ayúdame, Señor, a hacer tu voluntad.
Hay sobrados ejemplos de creyentes, hombres y mujeres, que a través de la historia han entendido estas palabras de Jesús: Teresa de Calcuta, Albert Schweitzer o el mismo Juan Wesley, que son grandes ejemplos de personas que han dado su vida siguiendo las palabras de Jesús. Han vivido la fe en medio de la gente, en medio del mundo. Han amado a las personas, al mundo, tal como Dios lo hace. Y han cambiado el mundo, haciendo posible que en el aquí y ahora se pueda tener un anticipo del Reino de Dios.
Pero seguramente nosotros conocemos a muchas otras personas, hombres y mujeres comprometidos con su realidad cotidiana, con la sociedad, con el barrio, con el trabajo social o en el ámbito de la iglesia, que también traen al mundo las buenas nuevas, que proclaman el Evangelio, que sanan a los enfermos y acompañan a los necesitados.
Y para ir concluyendo, es momento que pensemos las palabras de Jesús con respecto a nuestras propias vidas y a la vida de nuestra comunidad de fe. Nos preguntamos,
¿Cómo será mirar al mundo con los ojos de Dios, es decir, con los ojos del amor? ¿Será, tal vez, afirmar que toda persona es amada por Dios y que para ella está reservado lo mejor, que es la salvación, una vida que vale la pena ser vivida?
¿Cuál es mi comprensión del mundo? ¿El mundo será eso de lo que hay que separarse, o es el ámbito al cual Dios nos llama hoy a desarrollar la misión?
¿Cómo me siento en el día a día, al vivir en lo cotidiano? ¿Me doy cuenta que Dios está a mi lado, que el propio Jesús ha orado por mí, para que el Padre me cuide en este “estar pero no ser”?
Y también nos debemos una reflexión como iglesia. Jesucristo nos invita y nos impulsa a salir de nosotros mismos, a ir al mundo que nos rodea, a entrar en las problemáticas de la familia, el trabajo, la sociedad y la política; en los temas de género, de las minorías y los grupos marginados; en los desafíos de la tecnología y la economía. Es decir, Jesús nos invita a vincularnos con todos los aspectos del mundo en el cual vivimos, para que la sal y luz del evangelio sea quien preserve e ilumine nuestro mundo, llevando a todos a la salvación.
Nuestra oración hoy es que nuevamente abramos nuestras vidas delante de Dios, que viene a nuestro encuentro. Que nos pongamos nuevamente en las manos de Dios. Dios ama al mundo, Dios nos ama a ti y a mí.
Consagremos nuevamente hoy nuestras vidas, para que podamos ser fieles testigos suyos en el mundo, el mundo en que vivimos, el mundo que necesita de Dios, el mundo al cual Dios ama.
Que así sea.
Audio de la prédica
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Texto: Juan 17:6-19
Predica: Pastor Marcelo Mondini
Iglesia Metodista de Almagro (Buenos Aires).
Domingo 13 de mayo de 2018
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