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¿Darte las Gracias?
2 octubre, 2016 - 11:00 a 13:00
Organizer
Predicación Central de Buenos Aires. Domingo 2 de Octubre de 2016.
20 de Pentecostés.
Texto: Lucas 17.1-10.
En el evangelio de este domingo podríamos decir que tenemos cuatro historias por el precio de una. Cuatro temas entrelazados en sí mismos en los cuales Jesús mostrará el poder redentor de la Gracia de Dios.
Cuando era chico… solíamos ir a los pisos de arriba del edificio y desacomodarle los diarios en el hall de entrada. Cosa que irritaba bastante a nuestros vecinos. A lo cual le decían a mi madre: “lo que su hijo hizo es un escándalo…”.
Sólo el amor de una madre (o Padre) pudo perdonar esta acción. Lo cierto es que el escándalo era la travesura infantil; muchas veces tendemos a identificar lo que los más pequeños hacen con el escándalo.
La palabra original significa tropiezo, alguna piedra puesta a propósito en el camino para que otro caiga “en el pecado”. Para nuestra sociedad muchas veces, son los pequeños o débiles los que provocan el escándalo en otros. ¿Sería el Lázaro del domingo pasado, pobre y desvalido, un escándalo para su época? Probablemente para cualquiera sería una incomodidad tener un pobre a las puertas de su casa, como lo es también en muchas ciudades mostrar a los indigentes, a los enfermos, etc.
En nuestras familias también hay personas o partes de la misma que siempre parecen dispuestas a producir algún escándalo. Esas partes de la familia que uno no está dispuesto a dar a conocer fácilmente. Quizás si todos hacemos memoria recordaremos hechos o situaciones escandalosas, donde lo más pequeño de la familia o lo más desvalido nos hace pasar “vergüenza”, “escándalo” o simplemente…..ganas de “tirarlos lejos….”
Generalmente asociamos el escándalo al ridículo. Desde el evangelio esto es más que el ridículo o la vergüenza; no se trata simplemente de no querer mostrar lo que incomoda, se trata de dañar la vida de tercero, a través de ciertas actitudes concretas y cotidianas. Será porque asociamos una palabra tanto con la otra que, en la mayoría de los casos somos duros para generar el perdón, para aceptar disculpas (más cuando el mismo error se repite una y otra vez).
Vivimos en un mundo que, como decíamos el domingo pasado, tiene una justicia vendada con espada y balanza. El Martín Fierro dice que: “la justicia es como la tela de araña; el bicho grande la rompe y al chico lo agarra”. Muy distinta la posición de un Señor de la historia que mira claramente al que merece cuidado y protección y perdona una y otra vez para rescatar lo perdido.
Como sociedad muchas veces somos más benevolentes para perdonar las grandes fallas del “sistema” que los pequeños errores que nos cometen a diario.
El evangelio es siempre un compromiso cercano y directo. Desde la mirada crítica de la fe, uno aprende a no opinar sobre lo que pasa a miles de kilometros de distancia si antes no tiene resueltos temas más cercanos. (Diferencia entre la paja en ojo ajeno y la viga en el propio).
Cuando el evangelio aprendido nos permite discernir con claridad sobre lo que pasa en una guerra en un país lejano o sobre cómo se mueren de hambre los niños en Burkina Faso y no somos capaces, de mirar críticamente lo que pasa conflictivamente en nuestra realidad cercana y cotidiana, es que hay algo que no hemos aprendido debidamente. Es cuando, debemos decir como los apóstoles: “Auméntanos la fe”.
La fe es un elemento mucho más actual y cotidiano de lo que parece. Al igual que el grano de mostaza sólo sirve si se la cultiva y alimenta permanentemente. De lo contrario es un potencial esperando que alguien o algo lo active.
Quizás algunos la activen y luego digan: “Señor mira como hemos ayudado a otros, fíjate como otros se visten con lo que donamos, como comen con lo que ofrendamos, como se limpian con el jabón que les obsequiamos”. Quizás podríamos decir muchas cosas más. Podríamos ver como siempre necesitamos que alguien anuncie medianamente nuestras obras, para sentir reconocimiento, para sentir que lo nuestro vale o nos complace.
Por eso al final de esto que leímos, se menciona a los siervos, cuya palabra original es esclavo. Sin darnos cuenta muchas veces somos esclavos de nuestras propias vergüenzas, temores y orgullos.
¿Quién no quiso alguna vez aparecer o “figurar” en algún lado?
El final de la parábola es muy concreto y no deja lugar a dudas. En la Iglesia de Cristo nadie puede pensar en su lugar de privilegio ni pretender que su nombre figure más allá del libro de la vida. En nuestra vida como creyentes en esa gran parroquia que el mundo, como diría Wesley, el problema no es tan sencillo.
El reconocimiento sirve para obtener nuevos puestos, para lograr ascender en el trabajo de todos los días, para que los vecinos te miren con buenos ojos o que por lo menos digan: “es una buena persona”.
En este nivel tan cotidiano es dónde se juega nuestra fe y las enseñanzas recibidas. Nadie puede pretender, desde Jesús, que se le agradezca el no haber “pisado cabezas” para llegar a algún lado, o el haber saltado elementos básicos humanitarios para lograr tales o cuales beneficios personales, o simplemente, ayudemos al que lo necesita. Hacemos en el Evangelio lo que es nuestro deber, sino aquello que nos acerca a la vida en todo caso, a la vida compartida, la vida que busca otra vida para ser más plena, sin socavarla, sin destruirla, por el contrario, sosteniendo la propia y la ajena, haciendo crecer lo tuyo y lo mío, lo nuestro en definitiva.
Que cada día, en que notamos que nuestras lealtades hacia la vida y hacia aquel que nos necesita flaquean, podamos pedir al igual que Pedro, Andrés o Santiago: “Señor, auméntanos la fe”, de seguro que esta petición será oída. Amén.
P. Leonardo D. Félix
Buenos Aires, Octubre de 2016
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