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Darle a Dios lo que es de Dios

18 octubre, 2020 - 11:00 a 13:00

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Mateo 22:15-22

¿A quién le pagás con tu vida? por el pastor Leonardo Felix

 

Como verán, los fariseos era gente lenta en reaccionar, pero una vez que arrancaban eran imparables. Si hiciésemos una lista de cosas que dice Jesús desde que entra en Jerusalén, notarán o habrán notado que todas tienen el mismo énfasis: muchos los llamados, pocos los elegidos. Ya en este momento de su ministerio queda claro que los oyentes fariseos, herodianos, saduceos y escribas son los que quedan del otro lado si es que no cambian de actitud.

Ellos son los que no están vestidos para la fiesta adecuadamente, ellos son los labradores malvados, ellos son el hijo que dice que sí y luego no hace nada. Ellos son la suma de todas estas actitudes de pecado que declara el Evangelio. Por eso digo, son lentos en reaccionar pero una vez que avanzan y esta historia avanza, nada se puede volver para atrás.

Así sucede con el Evangelio en nuestras vidas, o debiera al menos, una vez que avanza en nuestro corazón no se detiene y estamos llamados a hacer grandes cosas en el nombre de Cristo. Volver atrás – frente a situaciones complejas o sin certidumbres de como se van a resolver (por ejemplo esta pandemia) significa en nuestra vida no solo la traición del pacto con Dios – como si nada hubiese hecho en todo este tiempo para sostenernos con fe y esperanza viva, significa una muerte de sentido, un vacío de proyectos en nuestra vida. Si Jesús hubiese vuelto atrás o hubiese aceptado la tentación de Satanás en el desierto, hoy no estaríamos presentes contando esta maravillosa historia.

Ellos, los que quedan acusados de tantos modos distintos por Jesús, buscan palabra por palabra de lo que dice para atraparlo en algo, y digo: hay situaciones que parecen no tener alternativa en la vida. Como si no pudiésemos escapar de las mismas. Hay preguntas como las que le hacen a Jesús que dan la sensación que, sea cual sea nuestra respuesta, siempre perdemos.

Les cuento el siguiente cuento y traten de imaginarse ustedes en el: hace muchos años atrás un hombre bueno y piadoso fue condenado a muerte por algo que no hizo, sabiendo él que el juez que dictaría sentencia era corrupto y mentiroso, no tuvo más que encomendarse en las manos de Dios. Cínicamente el juez le propone al acusado que, ya que es tan creyente, confíe su suerte en las manos de Dios; y le dio dos papeles para elegir. En uno la acusación era culpable, en el otro, dijo el juez, inocente.

Así y todo, con las palabras del juez, el condenado sabía que esto era mentira. Sabía positivamente que ambos papeles decían lo mismo: culpable.

Llegado el momento de la elección del papelito, ¿vos que hubieras hecho?, ¿cómo hubieses resuelto este conflicto?

¿saben lo que hizo este hombre piadoso?: se comió el papel que eligió, para sorpresa de todo el jurado presente y dijo: el papel que queda contiene la respuesta que no elegí. De esta manera y muy a pesar del juez, quedó en libertad. Una vez le conté este cuento a un montón de chicos y chicas de cinco años. ¿Saben cuál fue la respuesta? El hombre se salva cuando va la mamá a buscarlo.

Por supuesto que más de una vez hubiésemos deseado este final para muchos conflictos de nuestra vida. El tema de los impuestos y la pregunta tiene ciertas similitudes con el cuento y las madres.

 

Los impuestos eran variados en aquella época, como hasta el día de hoy. Impuesto sobre la tierra: sobre lo que se produce hay una renta para el imperio que es grande.

Impuesto sobre la renta: esto es el porcentual sobre lo que cada persona ganaba.

Impuesto de capitación: esto es, el impuesto por existir en el imperio Romano, por ocupar un espacio y caminar por sus calles.

 

De todos estos impuestos, el texto habla de este último. Al derecho que se arroga el imperio invasor de cobrar sobre algo que no les pertenece más que por la fuerza. Una fuerza a la cual, fariseos, saduceos, herodianos, escribas, etc., etc., se han entregado sin mayores problemas.

La respuesta de Jesús evidentemente es magistral. Magistral por varios motivos.

En primer lugar define fidelidades: tributar al cesar es darle a otro Dios nuestros esfuerzos. Si el Cesar es visto y considerado Dios, todo lo que se tributa a él es a otro Dios.

En segundo lugar les pasa la pelota al otro lado: no solo no responde sino que repregunta dejando que ellos digan públicamente sus elecciones en la vida.

Y en tercer lugar provoca admiración. Las palabras de Cristo no solo son oportunas sino que, aún para aquellos que no las aceptan son fuertes y testimoniales.

Dar el tributo al Cesar no es solo una pregunta tramposa, es una clara diferenciación entre los que juegan su vida por el Reino de Dios y los que no. No distinguir esto en nuestra vida como seres humanos y ciudadanos que somos,  es no saber hasta dónde llegan nuestras responsabilidades, nuestras obligaciones y nuestros derechos.

Nuestra fe es, además de un proceso personal de búsqueda[1], un proceso colectivo de construcción de espacios de esperanza y responsabilidades con lo que hacemos y dejamos de hacer.[2]

La pregunta hasta el día de hoy, no es desacertada, ¿a quién estás dispuesto a tributar durante toda tu vida? Que el Señor nos ayude en nuestras decisiones diarias y que podamos dar testimonio hacia nosotros mismos y el resto de la sociedad. Amén.

 

[1] A esto, J. Wesley, generador del movimiento metodista, lo llamará: Santidad personal.

[2] Este otro concepto, fue definido como Santidad Social. No existe la una sin la otra. Dicho de otra manera, no existe un creyente piadoso que no pueda comprometerse con la realidad social que le toca vivir: en términos de Jesús sería: “no son del mundo pero están en el mundo…”



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Date:
18 octubre, 2020
Hora:
11:00 a 13:00
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